domingo, octubre 28, 2012

Sujeto.

Postrado sobre la mesa ante su milagrosa recuperación, el cadáver del recluta no podía creerse lo que acababa de ver: su reflejo en el rojo charco. De sangre, de su sangre, y quizás algo de bilis, si, quizás. Con ese, asín me gusta más. Que está en la RAE.

Volviendo al cadáver resucitado, con las cuencas desorbitadas y algo temeroso, vio que su brazo estaba a dos metros del charco donde se acababa de ver reflejado. Vaya, tampoco tenía piel, aunque al menos tenía un charquito donde también poderse mirar. Pero los brazos no tienen ojos. Si, pero los cadáveres no se levantan. Se quiso marear, se quiso desmayar, pero ya estaba muerto, así que se quedó encorvado, con los ojos muy abiertos (quizás porque ya no tenía párpados) durante un rato. Y con la boca abierta, esta vez si remediablemente, porque su mandíbula estaba intacta, allí estaba el maxilar. 

Levantándose pesadamente de la mesa, que en realidad resultó ser una enorme placa de metal, una especie de compuerta de una nave espacial que había caído kilómetros y kilómetros hasta desintegrarse cuasi totalmente desprendiéndose sus piezas hasta acabar esta, en llamas, cayendo sobre un joven chaval no muy avispado pero bastante entusiasta y ya veremos qué otro calificativo, para rebanarle el brazo izquierdo, una suerte si caemos en la cuenta de que se trata de un diestro cerrado, menos mal.

Pasadas las horas, lo que habría sin duda durado el desmayo de haber estado la víctima conectada a la vida,  nuestro pequeño fiambre reaccionó. Digo pequeño para enternecer al lector, porque el chico, al que llamaremos sujeto por no ocurrírseme a mí, autor de lo que quiera que sea esto, ningún nombre, no era precísamente un mico, sino un portento de complexión atlética y por lo menos una estatura a tener en cuenta. 

Sonsiderando su a la par desgraciada y circunstancialmente afortunada situación, Sujeto fue en busca de su brazo, para por lo menos tener algo en lo que ocupar su mente mientras asumía su nueva anatomía. Al parecer, llevar puestos aquel día esos pantalones que su madre tanto se había empeñado en comprar "que en pantalones hay que gastar" había protegido su zona genital. Pero claro, sin sangre puede que no fuera del todo funcional. Pero lo importante en este momento era la virilidad, ya habría tiempo de improvisar. Además no estaba claro que un chico sin piel de cintura para arriba fuese a gustar, pero por fin le daba gracias al cielo, a los extraterrestres o a Ryanair que su novia gozase sólo con la luz apagada, si por gozo entendemos una congunción de ahís mal entonados. En defensa de Sujeto aclarar que nadie puede fingir tan mal. Pero lo importante era que la quería y que siempre pensaba en ella al acostarse con su hermana.

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