viernes, febrero 15, 2008

Sangre en el asfalto.

Tenía veintiuna buenas razones para hacerlo y, claro, acabó convencido. Incluso después de haber visto aquel nuevo videoclip, saltó. Cayó mientras sus lágrimas subían por su rostro, con los ojos cerrados y los labios apretados. La imagen duró un segundo, abrió los ojos y la vio, tendida en el asfalto, su cara aplastada contra el suelo pero aun así hermosa, empapada y llena de sangre pero serena. Había salvado su vida sin saberlo, en un gesto de infinita generosidad, pero el cruel devenir quiso que en ese instante un enorme monovolumen de siete plazas perdiera el control y lo arrollara a él, para unir los destinos de ambos jóvenes irónica y definitivamente.