Se despertó agitado. Había tomado una drástica decisión. No volvería a despertarse nunca. Lo decidió mientras dormía, durante aquel sueño que todos tenían, con un inalcanzable horizonte que se dibujaba como meta. A veces el camino era agradable, para hacerlo sin prisas, pero también pero otras el camino se tornaba una sinuosa cuesta abajo por la que uno se deslizaba aterrado.
De pequeño nunca le gustó estarse quieto, sentía curiosidad por todo y por las noches siempre corría, riendo y saltando por grandes praderas o frondosos bosques, hiciera frío o calor. Por eso creció tan deprisa y se hizo mayor demasiado pronto.
Su abuelo había muerto hacía bien poco. El abuelo era un hombre muy feliz, pero muy cansado, o al menos eso era lo que él pensaba, pues dormía mucho. Tras pensarlo detenidamente, llegó a la conclusión de que la razón de que su abuelo hubiera muerto relativamente joven y sin ninguna enfermedad grave era esa vida reposada en la que dormir era casi lo único con lo que llenar el tiempo libre. Así era, pues tanto dormir y su caminar constante, ni demasiado rápido ni muy pausado, le habían llevado a esa meta que él a su corta edad veía como un horizonte lejano, casi inalcanzable.
Quizás por su inquietud natural, o simplemente porque llegó a esa edad en la que todo se cuestiona y parece una necesidad rebelarse contra lo establecido, decidió cambiar las cosas. Dormir es de débiles, pensó. Miles se unirían a su causa, hartos del tedio y la repetición, de las ocho horas, de las siestas, de las cabezaditas, de quedarse dormidos al volante(bueno, éstos, mas que hartos, estaban casi todos muertos). Con sus nuevas ideas el mundo se pararía y comenzaría de nuevo a girar, pero de una manera muy diferente. Las elipses no tienen ningún misterio.
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