Callado, de puntillas, deslizándose como el mejor espía tras la más imfranqueable fortaleza enemiga.
Todos dormían, el más leve movimiento causaría su ira si se despertaba el llanto. Se había tropezado corriendo en la oscuridad y para evitar el barro del suelo tuvo que hacer un salto mortal. Para su desgracia, cayó de bocas en un charco. Al menos aún estaba lejos de la casa y al ruido se lo tragó el silencio.
Una vez en el umbral, tuvo que desatascar con su llave la puerta, y no porque la cerradura estuviera echada. Movió la inmensa mole milímetro a milímetro hasta que se halló dentro. Esquivando los efectos personales diminutos y desparramados por el suelo de aquellos a los que no osaba molestar por su propio pellejo en juego, logró llegar a su habitación, quitarse la embarrada ropa, dejarla bien colgada, embutirse en su pijama y por fin, meterse en la cama.
Estornudó cuando aquel insecto le sobrevoló cerca, muy cerca de las aletas de la nariz, bien abiertas. Un perro ladró al mismo tiempo, esta vez no iba a ser descubierto.
domingo, julio 19, 2009
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