La lectura me produce un estado de vigilia insospechado. Yo que antes leía para olvidar. Olvidar que me acuerdo de todo lo que pasó aquella noche. Sumido en tediosas, en edificantes o en divagantes lecturas, mi mente siempre se evadía hasta perder el hilo de la historia, de los pensamientos plasmados por el autor, la autora, llegando a veces hasta la aurora. Elegí la noche para dormir, pero permanecí leyendo. Y nunca logré acabar un libro, me perdía en brumas ojerosas y no podía terminar el tomo, el capítulo, el párrafo, la frase.
De aquél, ni la primera palabra.
Pero entonces descubrí el sonido. Di en la diana. Tino naní na nino.
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