Dicisietemil palabras olvidadas para siempre entre la espiral de vorágine reiterativa redundante de la red. Es algo que da que pensar. Dadaista. Con respecto a mi recto. Podría escribir con coherencia por una vez, pero no me iba a entender.
En efecto, me siento levitando entre las brumas de mi pensamiento melancólico al ritmo que marca Thom Yorke acompañado de algo de queso y eso, aquí, junto a mi balcón, que en realidad es una ventana, pero siempre queda mejor un balcón del que colgar la ropa, del que asomarse, del que asombrarse. Pero qué bonito balcón. Y qué vistas, madre. Y extrañarse.
Los juegos de palabras ya no son lo que eran.