Tareas en segundo plano, planos que duran segundos, segundos tarareando. Canciones que se pegan, que te recuerdan a otras, otras canciones, otras personas, otras épocas. Y el fluir del devenir suena bien, queda bien, tiene hasta lógica. Y tras mucho pensarlo, tras madurarlo, no se puede evitar que caiga al suelo. El secreto estará, supongo, en hacer que al caer no reviente, y si lo hace, que sea algo grandilocuente. Y la prosa cuando es hermosa huye de la rima fácil en la que se caería como cae el fruto al madurar si se aludiese a tonos sospechosos de color. Y no es malo sospechar. Porque cosechar es necesario, aunque resulte agrario. Y los días de vino y el color antes citado, sin haberlo nombrado, llegarán, nos abrazarán o por florituras inesperadas nos pincharán sangrantemente y decidirán por nosotros nuestros próximos e inseguros pasos. O todo eso no pasará. O pasará, se irá, volverá y se volverá, incrédulo.
Y dado que esto es imposible de cerrar, porque las páginas no existen ya, porque no hay una puerta y con cerrar me refiero al acto física, no penséis mal, dejo el final inacabado, a dos ruedas sin ser una bicicleta, siniestrado, empotrado, sin esperanza y con un CD variado encerrado en ese inhóspito lugar. No contemplo otra cosa que fuegos artificiales pintados en tu fachada, como una fuente de la que no para de brotar a borbotones el agua, sin cesar.
Siempre he pensado que un tercer párrafo era excesivo.
Demencial.
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