Todo empezó con aquella entrada: la reina de las animadoras escribió tres frases. Mi blog nunca había recibido tantas visitas, nunca tantos aduladores comentarios. Tu alter ego femenino tiene mucho caché, bribón. Fue ella, cabrón. Indiferente, sutil, grácil. Carente de este toque grandilocuente. No sonaba entrecortado. Su estilo era impecable. Natural y vibrante, rebuscado y directo. Entraba por los ojos, te destrozaba, te recomponía y al segundo tocabas el cielo. Era como transcribir un sueño. En sus manos, un teclado se convirtió, casualmente, por mero aburrimiento o por pura crueldad, en un prodigioso instrumento. Insultante facilidad, inspiración inspirada en la propia inspiración que usaba las más llanas palabras como puñales que se transformaban en rayos de esperanza y que alcanzaban las más altas cotas que nadie haya tocado ni tocará jamás en ningún ámbito.
Lo peor es el presente. Ese regalo se convirtió en la primera y genial pincelada de un Guernica jamás acabado. Por placer. Desquiciante muestra, con esa sonrisa invariante, de la vanidad humana. Pero no era humana. Trasciende. Nunca quiso continuar, como cuando canta. Se inspira en si misma, como este texto se inspira en si mismo, cambiándose, éste en su decadencia, en su espiral de palabras sonoras a veces inconexas que retumban en mi cabeza, ella en su grandeza. No es posible soportar su displicencia. Me apetecía decir esa palabra, y como narrador, narro. Destartalada realidad que hace añicos con solo dejarse caer. Fase REM, por favor.
Invadido por relatos silúricos, me diluyo, olvidando lo que ya olvidé. Esa genialidad que, enrabietado, sólo pude borrar, histérico. Un glorioso doble arcoiris sin ninguna connotación, como el nacimiento de un líder anunciado por una golondrina, palabras robadas de una fuente innombrable, vergonzosa, que no hacen honor a tan supina maravilla. Y no conozco maneras de engalanar mis frases para hacerle honor a esa oda a la literatura, nada pretenciosa, decorada sin ornamentos, escrita por escribir. Como cuando camina. Sin rumbo. O cuando se tumba para estar tumbada y ni siquiera dormir. Esa es su condena. Sólo sabe vivir. Cada momento es único y ella no lo sabe. Y su sonrisa no muta. Su expresión no cambia. No está vacía como en 2046. Tan llena que turba, como la tierra contemplada desde el espacio, fascinante, azul, verde, marrón, negra. Nunca supe distinguir el color en sus ojos, ni en ninguno.
Y lo que comenzó como un ejercicio para dormir se dispara y me siento impotente, incapaz de comprender este odio fascinante, este deseo invariante de huir y de quedarme. Y las voces se entremezclan con el sueño iniciado por un boli sobre una hoja, impreciso. Y no logro cerrar un texto asilvestrado por la lucha titánica entre una neurona y un gran vacío. Hilarante.
Fase REM, ¡por favor!
martes, agosto 31, 2010
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